KAY WARREN - Pp.centramerica

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KAY WA R R E NP R Ó L O G O p o r R I C K WA R R E NPrivilegioSagradoLA VIDA Y EL MINISTERIOCOMO ESPOSA DE PASTOR

MANTÉNGANSE ALERTA;PERMANEZCAN FIRMES EN LA FE;SEAN VALIENTES Y FUERTES.—1 CORINTIOS 16:13 (NVI)Publicado por:Editorial Nivel Uno, Inc.3838 Crestwood CircleWeston, Fl 33331www.editorialniveluno.com 2017 Derechos reservadosISBN: 978-1-941538-45-6Desarrollo editorial: Grupo Nivel Uno, Inc.Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.Copyright 2017 por Kay WarrenOriginalmente publicado en inglés bajo el título:Sacred Privilegeby Revelluna división de Baker Publishing GroupP.O. Box 6287, Grand Rapids, MI 49516-6287Todos los derechos reservados. Se necesita permiso escrito de loseditores para la reproducción de porciones del libro, excepto paracitas breves en artículos de análisis crítico.A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicoshan sido tomados de: Santa Biblia, Nueva Versión Internacional NVI 1999 por Bíblica, Inc. Usada con permiso.Printed in the United States of AmericaImpreso en Estados Unidos de América17 18 19 20 21 22 VP 9 8 7 6 5 4 3 2 1

A cuatro esposas de pastores cuyas vidas me inspiran:Amy Warren Hilliker,Bobbie Lawson Lewis,Dorothy Armstrong Warreny Chaundel Warren Holladay

CONTENIDOUn tributo personal de Rick WarrenPrefacio 111.2.3.4.5.6.7.8.9.10.11.12.9La historia de una chica de iglesia 17Comparte el sueño 33Acepta lo que eres 57Adáptate al cambio 73Ayuda a tus hijos a sobrevivir y a prosperarComparte tu vida 117Cuídate 137Valora las estaciones y los momentos 155Protege tu vida privada 177Enfrenta la crítica 197Adopta una perspectiva eterna 215Termina bien 231Agradecimientos 243Notas 249Recursos recomendadosSobre la autora 253251793

UN TRIBUTO PERSONAL DERICK WARRENAntes de leer este libro, quiero que sepasque nada de lo que he hecho en la vida habría ocurridosin la enorme influencia de Kay,creer en mí,sus oraciones por mí,su gracia conmigo,su consejo para mí,su apoyo a mí,y su asociación conmigo.suSin Kay, nunca habríaexistido una Iglesia Saddleback,no habría Una vida con propósito,ni el Plan Global PEACE,9

10UN TRIbUTO PERSONAL DE RICK WARRENni el programa Daily Hope,ni el movimiento Celebrate Recovery,ni el Plan Daniel ni la Iniciativa para el Cuidado de los Huérfanos,ni la iniciativa para tratar VIH y SIDA ni la iniciativa Toda África,ni Purpose Driven Fellowship of Churches,ni ninguno de los otros ministerios y herramientasque la Iglesia Saddleback ha traído al mundo.Nunca he conocido a nadie máscomprometidovalientemente las faltas y temores personales,más decidida a crecer en Cristo sin importar el costo,y más dedicada a tratar a todos con dignidada enfrentarque mi esposa.Ella me ha hecho un mejor hombre, esposo, pastor y líder.Y ella, ella esmaravillosa.«[Pastores] amen a sus esposas,así como Cristo amó a la iglesia».Efesios 5:25

PREFACIOCuando empecé a hablar de este material con esposas de pastores hace casi treinta años, yo era una joven en el ministeriocon muchas preguntas y no muchas respuestas. El título que le difue: «El cambiante papel de la esposa de pastor». A medida queSaddleback crecía y nuestro ministerio se expandía, lo cambié a«Crece con tu iglesia». Entonces la vida y el ministerio se intensificaron demasiado, lo que se reflejó en el siguiente título: «Cómoevitar que el ministerio te mate». Ahora, en este punto, tras décadasde servir a Dios en el ministerio, concluyo que el mejor nombre es«Privilegio sagrado: Tu vida y ministerio como esposa de pastor».Si pudiéramos sentarnos y tomar una taza de té juntas y te sintieras lo suficientemente cómoda como para sincerarte, me preguntoqué me dirías en cuanto a estar casada con un pastor y tu vidaen el ministerio. Me pregunto cómo sería el título de tu propiacharla o de tu libro.Muchas de ustedes sabían antes de casarse que su marido sedirigía al pastorado, ¡pero algunas no lo vieron venir! Su esposoestaba trabajando activamente en otra carrera cuando Dios llamóa su familia a cambiar radicalmente de dirección y entrar al ministerio. Algunas de ustedes están casadas con el pastor principal yotras lo están con un pastor auxiliar de la iglesia. Algunas sonnovatas absolutas. Otras apenas son plantadoras de iglesias por11

12PREfACIOiniciativa propia o están ayudando a iniciar un recinto con videoen un lugar parte de la «iglesia madre», o tal vez ni crecieron en unhogar cristiano, por lo que todo, absolutamente todo acerca de unavida en el ministerio sigue siendo un misterio. Algunas de ustedesson veteranas. Han estado en esto por décadas e incluso podríanestar acercándose a la jubilación. Conocen el ministerio como laplanta de sus manos. Otras están en el medio; no son novatas,pero tampoco están cerca de la meta. Tienen unos cuantos añosde experiencia, suficientes como para tener claridad de lo que lavida como esposa de pastor va a ser para ustedes.Hace poco, hice una encuesta no científica de más de tres milesposas de pastores que nos siguen a Rick y a mí en las redessociales, y escuché cuatro respuestas distintas a las preguntas sobrela vida en el ministerio. Hay un grupo de ustedes que están genuinamente emocionadas. Consideran el ministerio un privilegio, unhonor, y les encanta su vida casadas con un pastor. Sí, hay verdaderos altibajos, pero hay más aspectos positivos que negativospara vivir en un ministerio de tiempo completo, por lo que —engeneral—, lo elegirían de nuevo.Luego hay un segundo grupo que no está tan emocionado comoel primero. Las tensiones y las dificultades han hecho el ministeriomás desafiante de lo que esperaban y, con franqueza, todavía noestán muy convencidas. Ustedes podrían seguir cualquiera de doscaminos. Si siguen en el ministerio, saben que van a sobrevivir;pero si su marido decide seguir otra profesión, pudieran sentirsealiviadas.Luego hay un tercer grupo más pequeño. El ministerio las haquebrantado. Sus sueños están destrozados; su paciencia con lacrítica, el cambio y la lucha financiera se agotó hace tiempo. Susfamilias se han «sacrificado por el bien de los demás» demasiadasveces. Constantemente tienen que luchar con la amargura y ladesilusión que se está apoderando de ustedes. Cuando se imaginan

PREfACIO13unos años más viviendo así, sienten algo desesperante en el fondode sus estómagos como que se están hundiendo. Francamente, yano dan para más.Hay aun otro grupo de ustedes que están profundamente frustradas por la condición de la iglesia occidental —enojadas por susilencio o postura sobre la injusticia, la reconciliación racial, lapobreza, la sexualidad, el medio ambiente y cualquier cantidad deotras preocupaciones sociales— y hallan que se están distanciandoemocional o físicamente de la iglesia tal como la conocen.Me vi asintiendo con la cabeza, entendiendo e identificándomecon miles de compañeras esposas de pastores mientras leía suscomentarios. Mucho de lo que decían me conmovió en verdad.Pude identificarme con lo variado de sus emociones y reacciones.Sus historias me parecían sensatas; yo misma he vivido muchas deellas. Eso se debe a que el ministerio es la única vida que conozco.No importa por qué camino vaya, dondequiera está el ministerio.Soy hija de pastor y esposa de pastor. Mi hija está casada con unpastor. Mi cuñada está casada con un pastor. Mi sobrino es pastor.Mi sobrina está casada con un pastor. Tres de mis nietos estáncreciendo en la casa de un pastor. Mi hijo es el presidente de unministerio que sirve a los pastores. Comenzando con mi nacimiento y continuando por seis décadas, el ministerio ha definido miexistencia. Eso significa que estoy íntimamente familiarizada conel ambiente eclesial y la gente que lo integra: lo bueno, lo maloy lo feo. He conocido a algunos de los verdaderamente grandescristianos en el ministerio: hombres y mujeres sencillos que convalentía, repetida y sacrificialmente sirven a Cristo con cada fibrade su ser. He presenciado los escándalos y las denuncias de algunos en ministerios reconocidos, así como los errores y pecadosque nunca llegaron al público. Creo que lo he visto todo en másde cuarenta años en el ministerio y sigo diciendo que ha sido unprivilegio sagrado darle mi vida por completo.

14PREfACIOMientras lees, debes saber mi inclinación. Me encanta la iglesia de Jesucristo, quiero decir que realmente amo la belleza, lapromesa y el potencial de la iglesia. Para ser franca, mi amor ymi respeto por ella han crecido y disminuido a lo largo de losaños. En diversos momentos he estado molesta con ella y conalgunos de sus escándalos; me han molestado las injusticias y losprejuicios; he sido avergonzada por los fracasos de líderes reconocidos; y me he frustrado completamente por la visión estrecha,el pensamiento pobre y las discusiones mezquinas en cuanto ade qué color pintar la cocina de la iglesia mientras que el mundose va al infierno. Sin embargo, a fin de cuentas, he aprendido aadmirar genuinamente la genialidad de Dios al crear una entidadllamada «iglesia», el único lugar en la tierra donde las almaseternas están destinadas a encontrar salvación y puerto seguro;donde el servicio sacrificial es practicado rutinariamente; donde las diferencias culturales, raciales, económicas, de género yétnicas son eliminadas; y donde la verdadera singularidad y launión pueden ocurrir.Mi objetivo no es escribir el libro por excelencia para esposasde pastores, el único libro que necesitarás tener mientras navegaspor las tumultuosas y frecuentemente turbias aguas del ministerio.¡Este no es un libro de consejos a la medida para todas porqueno pretendo hablar por cada esposa de pastor! Los cónyuges depastores o pastoras vienen en toda variedad, tamaño y formasimaginables, ¡algunos son hombres! Durante las décadas de miministerio, la función de las mujeres casadas con pastores, así comola de las mujeres en general, ha evolucionado radicalmente. Desdelas esposas de pastores de la generación de mi madre —que eranmujeres que permanecían tras bastidores mayormente en casa—,hasta las copastoras o que fungen como pastoras principales, asícomo todo lo demás entre esos dos extremos, el papel de la esposade pastor no ha permanecido estático.

PREfACIO15Eso significa que cada generación tiene que adaptarse a unacultura cambiante y contextualizar el ministerio, lo que incluyelibros sobre ese ministerio. Algunos de los libros para esposasde pastores que me orientaron e inspiraron hace cuarenta añosson ridículamente anticuados. Ninguna esposa de un pastor jovenpodría leerlos sin reírse de las instrucciones para mantener a manolas latas de atún para una cazuela rápida de tallarines cuando losmiembros de la iglesia llegan inesperadamente a la hora de la cena.O consejos sobre qué cantidad de maquillaje usar o la advertenciade usar joyas simples y colores oscuros.Aunque los tiempos y nuestra cultura cambian, creo que hayalgunas lecciones oportunas que ofrecer: lecciones que aprendíprimero como hija de un pastor, luego como esposa de un pastorde jóvenes, esposa de un plantador de iglesias y, finalmente, esposade un pastor principal. Quiero transmitir las verdades aprendidascon mucho esfuerzo, los principios fundamentales, las anclas paratu alma, las técnicas de supervivencia, las certezas que nunca olvidarás, que te mantendrán constante y estable, incluso alegre, enel trayecto. Tal vez pueda salvarte de algunos errores, señalarteuna dirección saludable, darte consuelo y refugio cuando colapses y ayudarte a aprovechar al máximo el tiempo que Dios te haasignado. Mis experiencias resonarán en algunas de ustedes: «Sí,así me pasa a mí», pero otras puede que digan: «Eso no encaja enabsoluto con mi situación». Eso está bien.Un último pensamiento mientras empiezas a leer. Este no es unlibro de una mujer perfecta que te habla acerca de la perfecciónde su vida. Tengo la intención de ser realmente franca, aunque aveces incomode. Mi queja más grande sobre los libros escritos parapastores o esposas de pastores es que no son lo suficientementesinceros en cuanto a lo difícil que puede ser la vida en el ministerio; los desafíos que enfrentan nuestros matrimonios y nuestrasfamilias; o las batallas internas, la lucha, las ansiedades y las dudas

16PREfACIOque pueden ocurrir. Seré tan directa, fuerte y transparente comopueda, sin llegar a cruzar lo inapropiado. Puede que no concuerdes con lo que considero apropiado compartir. Ciertamente noquiero deshonrar a mis padres, a mi esposo, a mis hijos ni a miiglesia por lo que digo. Por favor, entiende que mi intención esreflejar la variedad de emociones y reacciones que he sentido.Puedes estar experimentando algunas de esas mismas emociones,por lo que espero crear una atmósfera de aceptación y seguridadpara ti mientras lees. Quiero que sepas que no eres la única. Sobretodo, estoy orando para que encuentres unas cuantas perlas deestímulo y esperanza que te fortalezcan mientras sirves a Cristo ya su iglesia, y para que te veas como una persona a quien se le hadado un privilegio sagrado.

1La historia de una chicade iglesiaSoy una chica de iglesia. Siempre lo he sido.Para demostrarlo tengo el certificado de matriculaciónen la guardería de la iglesia de mi papá, otorgada cuando teníauna semana de edad. La mayoría de mis primeros recuerdos estánligados a la gente y a las pequeñas iglesias que mi papá pastoreóen San Diego, California. Marché orgullosamente por el santuarioportando la bandera cristiana al son de la melodía «Firmes y adelante» en muchas escuelas bíblicas vacacionales. Me quedé dormidaen un banco de madera dura, mientras mi padre o un evangelistavisitante predicaban apasionadamente cada noche en una campañade avivamiento de dos semanas. Me aprendí los libros de la Bibliacuando tenía ocho años y podía encontrar a Abdías más rápido quecualquiera de mis amigos. Estudié y memoricé docenas de versículospara convertirme en una «reina» de la Sociedad Auxiliar de Niñas(versión de las Niñas Exploradoras en las iglesias bautistas del sur).Me convertí en la pianista de la iglesia a los doce años. He estado17

18Privilegio Sagradoen cientos de comidas y de cenas de miércoles por la noche dondehe ingerido montañas de pollo frito frío, tomado tazón tras tazónde helado en las ardientes noches veraniegas en las fraternidadesdespués del servicio de iglesia, y bebido más Kool-Aid rojo de loque es bueno para cualquier ser humano.Recuerdo haber sentido la presión de ser la hija perfecta delpastor que conocía todas las respuestas correctas a las preguntasde trivia de la Biblia. Recuerdo la fuerte presión de ser un modelopara otras personas y especialmente para no hacer pasar pena ocausar vergüenza a mis padres al exponer nuestros defectos familiares. También recuerdo que una gente me confundía diciéndomeque tenía que hacer algo porque yo era la hija del pastor y otra medecían que no podía hacer algo porque yo era la hija del pastor.Parecía como que no podía ganar.Muchas de mis experiencias son probablemente comunes a otrosque crecieron en la casa de un pastor, pero algunos incidentes noestaban relacionados con el trabajo de mi papá en sí mismo, perome marcaron tanto que me han tomado años superar.No recuerdo una época en la que no sintiera como que el pesodel mundo estuviera sobre mis hombros. Desde muy joven fui unaniña seria y sensible que sentía cosas más profundas y diferentes quemis compañeros. En mi adolescencia, parecía como si hubiera un«interruptor» dentro de mí que cambiaba mi estado de ánimo defeliz a triste en un instante, a menudo por cosas muy triviales. Aundespués de casarme, habría períodos que llamamos mi «angustiaexistencial», días en que nada importaba, todo parecía sombríoy mi nivel de energía era extremadamente bajo. Siempre pasabay, en poco tiempo, volvía a sentirme bien. Ahora reconozco lossignos de depresión de bajo nivel, pero esa no era una palabra demi vocabulario en ese momento e incluso, si alguien lo hubierasugerido, lo habría descartado como una tontería. ¡Yo era cristiana!Los cristianos no se deprimen.

LA hISTORIA DE UNA ChICA DE IGLESIA19El hijo del conserje de la iglesia me molestó cuando tenía cuatroo cinco años. Recuerdo que no se lo dije a mis padres puesto queeso era «malo» y porque como niña pequeña no tenía el lenguajepara expresar lo que había sucedido. Ese fue mi primer secreto.Otro secreto familiar confuso era que mi padre se había divorciado antes de conocer a mi madre y que yo tenía una media hermana.Su matrimonio anterior y la existencia de otra hija eran temasprohibidos, indebidos en las discusiones familiares y ciertamenteno se hablaba con otros miembros de la iglesia. Debido a que sabíaque debía ayudar a proteger a mi papá de personas que no entenderían sus razones para divorciarse, yo vigilaba cuidadosamentemis palabras y lo que revelaba sobre nuestra familia a los demás.Una noche, cuando era adolescente, me sentí muy audaz y valiente en la casa de un vecino en la que estaba cuidando unos niños.Vi una botella de vino en su refrigerador y me convencí de queun sorbo no iba a lastimar a nadie, no iba a enviarme al infierno.Con las manos temblando y el corazón acelerado, tragué un sorbo.Al instante, estaba convencida de que yo era la peor pecadora delplaneta. Lo escupí tan rápido como pude, lavándome la boca unay otra vez, aterrorizada pensando que mis padres pudieran olerlodespués de mi pequeño sorbo. Para los que son criados con unavisión más tolerante en cuanto a los cristianos y el alcohol (bebersin llegar a embriagarse), esto debe parecerles una tontería y unaestupidez total, pero para mí y mi sobreprotectora educación,eso era una ¡rebelión directa! La hija del pastor tenía otro secretoembarazoso.Si un solo sorbo de vino me hizo sentir como una horriblerebelde, mi opinión de mí misma estaba a punto de hundirse aunmás. La más profunda confusión y la lucha interna más terriblepara mí como adolescente fue hallar pornografía en el hogar deesos vecinos donde estaba cuidando a esos niños. La vi en la mesacontigua al sofá (sí, la dejaban a la vista) y estaba fascinada aunque

20Privilegio Sagradoasqueada por ese material prohibido. Recuerdo aquella época, nohabía internet, ni teléfonos celulares, ni disponibilidad instantáneapara ver pornografía, ni capacidad privada de obtenerla y leerlaa cualquier hora del día. En su mayor parte existía en forma derevista y yo nunca la había visto, ni siquiera en las tiendas derevistas. Era claramente un tabú para una joven cristiana quesinceramente quería vivir una vida pura y santa para Cristo pero,de alguna forma, una noche la agarré y la miré. Al instante sentíodio, culpa y remordimiento. «¿Cómo puedo ver pornografía?¡Yo amo a Cristo! ¡Quiero ser misionera! Nunca volveré a vereso», me dije. Y así lo hice. Hasta la siguiente vez que cuidé a losniños. Y la vez después de esa. Y otra vez después de esa. Y, enpoco tiempo, estaba atada. La chica buena que amaba a Cristo contodo su corazón tenía una fascinación secreta por la pornografía;la vergüenza casi me mataba.Una vez más, dado el momento en que sucedió, la pornografíano siempre me miraba a la cara. Pero yo ocasionalmente tropezaba con ella y, cuando eso pasaba, el ciclo de tentación, entrega, vergüenza y remordimiento se repetía. No podía reconciliarmis tentaciones y mi fe; me desgarraba por dentro. Lo peor detodo era que no podía hablarle de eso a nadie. ¿Cómo podríaconfesarle mi debilidad y mi pecado persistente a un cristiano?Ni siquiera pensé en decírselo a mis padres; además, la idea dedesahogarme con un amigo o un adulto mayor simplemente noera una opción. Totalmente descartado. Y así continué en eseestado de conflicto interno y fracaso, consciente de que estabaen un profundo problema. Quería salir, pero no tenía ni idea decómo cambiar.Entonces conocí a Rick Warren, a mis diecisiete años, en unentrenamiento para participar en un equipo de evangelismo juvenilde verano que viajaría a las iglesias bautistas por las ciudades ypueblos de California. Recuerdo claramente que no me impresionó

LA hISTORIA DE UNA ChICA DE IGLESIA21(lo siento, cariño). Para ser justos, a él le pasó lo mismo. Era unguitarrista bullicioso y extrovertido que absorbía el oxígeno decada habitación en la que entraba, cuyo humor y predicación apasionada pronto atrajeron a muchos hacia él. Yo, por otra parte, eratímida, reservada y demasiado liada a mis adolescentes emocionesfemeninas para apelar a una persona desbordante como Rick.Sin embargo, nos reconectamos un año más tarde como estudiantes de primer año en California Baptist College, una pequeña universidad de artes liberales en Riverside, California, y nosconvertimos en amigos casuales. Todo el mundo lo conocía ennuestro recinto de seiscientos estudiantes, por lo que rápidamentese convirtió en un respetado líder cristiano, mientras yo manteníaun perfil más bajo, amando a Cristo, a la universidad, al grupo decanto del que formaba parte y a mis amigas cercanas.Más tarde, en nuestro primer año en la universidad, comencé asalir con un chico realmente agradable, pero la relación terminó enunos meses. Pensé que mi corazón estaba irreparablemente roto.Para resumir la historia, Rick me dice que un mes antes de que elchico rompiera conmigo, sintió como que el Señor le dijo: «Vas acasarte con Kay Lewis».Él dice que de inmediato desechó aquello porque (1) yo estabasaliendo con otra persona y (2) no estaba interesado románticamente en mí. Pero un día, cuando pasaba por una esquina de laescuela, yo casi choco con él y él dice que la flecha de Cupidoperforó su corazón en un flash y se enamoró locamente de mí.Qué lindo, ¿eh? Yo no tenía ni idea. Estaba ignorante de su nuevointerés por mí, pero de pronto este tipo Rick Warren —el mismotipo que una vez le dijo a un amigo que no salía con chicas dadoque no veía por qué debía desperdiciar dinero en una joven conla que no iba a casarse y que, además, Dios le señalaría a la chicaadecuada y él lo sabría— empezó a sentarse a mi lado en la cafetería de la universidad y me buscaba conversación.

22Privilegio SagradoDe inmediato entré en pánico porque había oído hablar delenfoque romántico que él tenía de «no desperdiciar dinero enuna chica con la que no iba a casarse». Entonces, ¿por qué estabainteresado en mí? Yo no estaba interesada en él ni en ningún otrotipo. Todavía me estaba recuperando de una ruptura dolorosa.Sólo esperaba que se fuera.A los pocos días de su repentino interés por mí, me invitó a salira la heladería Farrell en el otoño de 1973, fui de mala gana. Él meponía nerviosa. Era agradable conmigo y muy atento, pero no meinteresaba. Una semana más tarde, ocho días para ser más precisos, me acompañó a una reunión de avivamiento en una ciudadvecina donde tocaba el piano. Cuando volvimos a la universidad,oramos juntos para terminar aquella noche. Sentado en la oscuridad, le oí decir: «¿Quieres casarte conmigo?» Estaba horrorizada.«¿Qué dijiste?» Tartamudeando ahora, dijo: «Te amo. ¿Quierescasarte conmigo?» Claramente, el pobre muchacho estaba engañado. ¿Casarme con él? ¿Qué le pasaba? Pero recuerdo al instanteque rogué y pedí al Señor qué debía hacer. «¡No lo quiero! ¡Nisiquiera lo conozco de verdad! ¡Yo amo a otro!» Entonces oí aDios responder: «Di que sí. Yo traeré los sentimientos». Y así, amis diecinueve años, con lo que entendía de la vida, el romance,Dios, su voluntad, la fe y mi deseo de ser obediente a Él, dije quesí. Kay Lewis y Rick Warren se comprometieron.No le dijimos a nadie, ni mucho menos a nuestras familias,porque en algún lugar de los cerebros bobalicones de dos chicosde diecinueve años sabíamos que no iba a caer bien, incluso ennuestro colegio cristiano, donde «ser guiado por el Espíritu» teníaun alto valor. Así que nuestro compromiso se convirtió en nuestrosecreto por los próximos seis meses.Por desdicha, para Rick, yo era un desastre por dentro; miraque había emociones conflictivas. Sabía que había oído la voz deDios cuando me dijo que respondiera que sí a la propuesta de

LA hISTORIA DE UNA ChICA DE IGLESIA23Rick, pero los sentimientos prometidos de amor y romance noaparecieron. Seguía luchando con mis sentimientos por el otrochico y mi falta de sentimientos por Rick. Me sentía muy culpable—sabía que estaba hiriendo a Rick por mi respuesta emocional quese encendía y se apagaba de nuevo— pero estaba atrapada por loque entendía que era la voluntad de Dios. Rick finalmente dijo queiba a terminar nuestro compromiso porque le estaba rompiendosu corazón. Cuando me resolviera y supiera lo que quería, tal vezpodríamos volver a estar juntos.Después de un mes de separación, me di cuenta de que tuvierao no los sentimientos románticos que yo pensaba debería sentir,Rick era el hombre con el que se suponía debería casarme. Noscomprometimos oficialmente esta vez, con un simple anillo dediamantes. Nadie sabía que yo permanecía desconcertada por lamanera en que Dios nos había llevado a comprometernos. Paranuestros amigos y familiares, parecía una historia romántica casibíblica, como Isaac y Rebeca.Rick se mudó inmediatamente a Nagasaki, Japón, como misionero de verano para enseñar inglés, y yo me mudé a Birmingham,Alabama, para trabajar en el centro de la ciudad durante el verano.Fielmente nos escribimos cartas ese verano, pero siempre parecíancruzarse en el correo, así que estuvimos fuera de sincronizacióntodo el tiempo.Hacer una llamada telefónica era imposible, demasiado caraslas llamadas internacionales, y no teníamos teléfonos celulares,FaceTime, Skype, Facebook, Instagram, Twitter ni cualquier otrométodo fantástico para mantenerse en contacto. Así que nos separamos al principio del verano casi como dos extraños, volvimos acasa casi como dos extraños, y agravamos la distancia y la falta defamiliaridad entre nosotros viviendo en diferentes ciudades parael siguiente año. Cuando nos reuníamos un raro fin de semana,la verdad es que no desperdiciábamos ni un minuto precioso en

24Privilegio Sagradoconflictos o solucionando problemas. Todo lo que debimos haberhablado y haber aprendido a lidiar en la relación lo obviábamos,esperando agazapado para atacar tan pronto como estos dos casiextraños dijeran «Acepto» el 21 de junio de 1975.Me paré en el vestíbulo de la Primera Iglesia Bautista deNorwalk, California, donde Rick era pastor de jóvenes, agarrandocon ansiedad el brazo de mi papá, asustada por el entumecimientoy la confusión que me embargaba. Pero mientras caminaba porel pasillo y miraba fijamente los radiantes ojos del serio y amablejoven que me había pedido que me casara con él, supe que eraamada. Apasionadamente. Intensamente. Con una clase de amor«hasta que la muerte nos separe». La forma en que me miró el díade nuestra boda se convirtió en un ancla en la que me aferraríaen los tiempos más oscuros, cuando no estuviera segura de queíbamos a sobrevivir al desastre en el que se habría de convertirnuestro matrimonio.Nuestro recién estrenado matrimonio se fue en picada enseguida. Ni siquiera llegamos al final de nuestra luna de miel dedos semanas en Columbia Británica antes de que supiéramos quenuestra relación estaba en serios problemas. Nos habían advertidoacerca de cinco aspectos conflictivos con los que todas las parejastienen que lidiar e inmediatamente nos metimos en los cinco: sexo,comunicación, dinero, hijos y parientes. Nada funcionaba connosotros. Nada. Éramos tan jóvenes —apenas veintiún años— einexpertos; además, cuando el sexo no funcionaba y discutíamosal respecto, contendíamos sobre nuestros argumentos y comenzamos a acumular capa sobre capa de resentimiento; era el marcoperfecto para la desdicha y el desencanto. Le informé a Rick queabusaron de mí en mi niñez —él fue la primera persona a la quese lo conté— pero como aparentaba indiferencia al respecto, élpensó que no había sido un incidente significativo para mí y quebásicamente lo olvidé. Mantuve mis aventuras ocasionales con la

LA hISTORIA DE UNA ChICA DE IGLESIA25pornografía en completo secreto. ¿Cómo podría compartir esavergüenza con un hombre que apenas conocía? Así que, entre losefectos de la molestia no abordada, el quebrantamiento resultanteen mi sexualidad y la fascinación por la pornografía, no deberíahaber sido una sorpresa que el sexo no funcionara.Lo que empeoraba la cosa era que todos nos consideraban lapareja perfecta. Ambos estábamos apasionados por Cristo, nuestrahistoria romántica —en la que «Dios me dijo que me casara contigo»— era espectacular, estábamos comprometidos con Dios y laiglesia, queríamos ser misioneros o al menos estar en el ministerioa tiempo completo; quiero decir, marchábamos bajo la melodíadel antiguo himno «A Dios sea la gloria». ¿Qué más necesitamospara ser un matrimonio feliz y exitoso?Necesitábamos, patentemente, más que con lo que empezamos.Por eso, cuando regresamos de nuestra luna de miel —desdichadosy conmocionados por lo intenso de nuestra infelicidad—, sentimosque no teníamos a dónde ir con nuestro miserable dolor y nuestrofracaso conyugal. El pastor y su esposa eranmuy amables con nosotros, pero no habíamanera de que les confesáramos que éramosTal vez, en ciertaun lío de la puerta para adentro. Pensábamosforma, éramosque todos se decepcionarían de nosotros yincapaces deque nos juzgarían como cristianos terribles,;incapaces de liderar. Tal vez, en cierta forma,pero hasta eseéramos incapaces de liderar; pero hasta esepensamiento erapensamiento era aterrador.Rick y yo nos las arreglamos para recorrerel camino de nuestro primer año de matrimonio cojeando, al mismo tiempo que pastoreaba un vibrante grupo de chicos que llenaban nuestro pequeñoapartamento a todas horas del día y la noche. Éramos tan jóvenese ingenuos —y completamente condicionados por nuestra crianzalideraraterrador

26Privilegio Sagradoestricta— que no reconocíamos el daño que nos causábamos ocultando y fingiendo que todo estaba bien. No entendíamos queestábamos viviendo un engaño. Bueno, tal vez lo entendíamos acierto nivel, pero estábamos demasiado asustados para sacarloa la luz. Alrededor de un año y medio en nuestro matrimonio,con tremenda vergüenza y bochorno, buscamos consejería con unsicól

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