9 De Marzo De 1833, Mississippi - ForuQ

Transcription

9 de marzo de 1833, MississippiCAPÍTULO 1Un viento circular, confuso, había azotado latierra con una lluvia fustigante la mayor parte deldía, pero al caer la noche sobre la tierra, cesaronla terrible tormenta y sus erráticas brisas. Elcampo tomó la serenidad de un callado alivio. Elaire mismo parecía pender en suspenso, en tantouna misteriosa neblina blanca se iba formandocerca de la tierra. Aquellos vapores malévolos seretorcían, en una búsqueda sin meta, por entre lospantanos y los macizos de sombras negras,extendiéndose siempre hacia arriba, colmandoleves depresiones y enroscándose a los troncos

grandes. Muy por encima de los zarcillos, lasramas deformes mecían sus barbas de musgo,soltando pequeñas gotas a la masa rodante. De vezen cuando, la luna atravesaba las nubes quebradasy, con luz de plata, creaba un paisaje ultraterrenode oscuras siluetas que se elevaban de una nieblaluminosa.La decrépita mansión de ladrillos, rodeadapor un grupo de árboles que crecían en el patiodescuidado, flanqueada en sus cuatro lados poruna alta cerca de hierro coronada de picas, parecíaconfundirse con la pequeña cocina de la partetrasera. Juntas vagaban a la deriva en el marneblinoso, donde el tiempo pasaba más lentamente.Por un fugaz momento, nada se movió.Un chirriar de goznes rompió el silencio,pero acabó casi con la misma brusquedad con quese había iniciado. Una mata se torció extrañamentejunto a la puerta trasera; detrás del arbustoemergió, con cautela, una silueta en sombras.Reinaba un silencio expectante según el fantasma

oteaba cuidadosamente el patio cerrado. Por fin,como un gran murciélago, la silueta del mantooscuro se filtró entre los vapores arremolinadoshasta el flanco de la casa y se posó junto a la base,entre pliegues henchidos.Allí había sido retirada una rejilla de entresus dos soportes de piedra. Unas manosenguantadas se apresuraron a golpear pedernal yacero sobre un pequeño montón de pólvora, puestoal reparo. Las chispas saltaron a chorros, hasta quese encendió una súbita llamarada, convirtiéndoseen una nube de denso humo gris, que fue amezclarse con la neblina. Ante el fulgor surgierona la vista tres lentas mechas, que continuaronardiendo al acabarse la pólvora. Se alejaban al piede la casa, siguiendo diferentes direcciones yzigzagueando lentamente hacia pequeños surcosllenos de pólvora; éstos llevaban a sendosmontones de estopa empapada en aceite ymezclada con yesca. Al acortarse las mechas seoyó un parloteo nervioso; como si presintieran eldesastre que se aproximaba, los peludos habitantes

de ese estrecho lugar huyeron de sus nidos yguaridas para perderse en la noche.La subrepticia sombra se alejó de la casa y seapresuró a franquear el portón de hierro. Traslevantar una cadena rota, el terrenal espectro sedeslizó por la abertura y huyó hacia el límite delos bosques, donde esperaba un caballo.Era un lindo corcel con una estrella blanca en lafrente, creado para la velocidad. Una vez ahorcajadas sobre su lomo, el jinete la llevó arienda corta, obligándolo a pisar la hierba mojadapara apagar el ruido de sus pasos. Cuando ya nofue necesaria su cautela, el látigo se elevó ydescendió, instando al animal a la carrera. Caballoy jinete, del mismo tono que la noche, pronto seperdieron en la oscuridad.Un silencio de muerte siguió a su paso. La casasolitaria parecía gemir, apenada por su inminentefatalidad. Mientras los diamantes de la lluviacaían como lágrimas de sus aleros podridos, de la

casa comenzó a brotar un murmullo grave, confuso.Gritos suaves, gemidos dolientes y la risa loca,apagada, de algún alma demencial que desgarrabala noche con sonidos espectrales e inconscientes.La luna distante ocultó la cara tras una gruesa nubey continuó su arco en el cielo, sin parar mientes enel tiempo y en esas cosas terrenales.La tríada de serpientes chisporroteantes sedeslizaba en ciega obediencia por sus sendaspreviamente trazadas, hasta que brillantesdestellos marcaron la llegada a la meta. Entonceslos grandes montones de pólvora escupieron luz,inundando la niebla cercana con un resplandorpálido y amarillo. El fuego se expandió,devorando la estopa aceitada y la madera seca.Pronto las llamas recién nacidas lamían,hambrientas, 1os pisos de madera. Uno de loscuartos delanteros comenzó a mostrar un vagoresplandor en las ventanas, que fue aumentandocon rapidez hasta que el cuarto quedó colmado conel creciente infierno; las barras negras que cubríanlas ventanas sobresalían en claro relieve. El calor

se intensificó hasta que los vidl1os estallaron,esparciendo fragmentos hacia fuera; así las ígneaslenguas pudieron escapar y lamer la pared deladrillos.Los gemidos desconcertados que proveníande la planta superior se convirtieron en agudosc1lillidos de miedo y en profundos gritos deindignación. Unos dedos torcidos sacudíanfrenéticamente las barras, mientras puñosensangrentados rompían los cristales. Fuertesgolpes resonaron en la puerta principal, cerradacon llave, y un momento después ésta se abrió conestruendo, dando paso a un hombre enorme que,protegiéndose la calva con ambas manos, como site- miera ser derribado por un golpe, huyó al patio;luego se volvió con una mirada sobrecogida, comoun niño que presenciara un acontecimientoespectacular.Un asistente escapó por la parte trasera de la casay huyó en la oscuridad, dejando que los otrosmaniobraran apresuradamente con las recias llaves

y candados tercos. Aquellos que estabanprisioneros tras puertas cerradas emitían gritos ysúplicas sollozantes, hasta perforar el fuerterugido de las llamas. Un corpulento subordinadotrataba de liberar a los que tenía más al alcance,mientras otro, algo más liviano, ejecutabahercúleos esfuerzos, espoleado por la seguridadde que nadie más liberaría a los internos atrapadosen el manicomio.Pronto se vio emerger de la casa incendiadaa un arroyo viviente de seres humanos dispersos,patéticamente confundidos. Vestían de mododiverso. Algunos habían agarrado camisas ovestidos antes de que los sacaran a rastras de susceldas. Unos pocos tenían mejor aspecto, pueshabían tenido la previsión de apoderarse de laspreciosas mantas. Al llegar a lugar seguro, seapretujaron en grupos dispersos, como niñosdesconcertados, sin comprender qué les habíaacontecido.Una y otra vez, el audaz asistente desafió al

infierno para rescatar a los indefensos, hasta quecomenzaron a caer las vigas, bloqueándole elpaso. Salió del asilo por última vez,tambaleándose; llevaba en brazos a un ancianofrágil, y cayó de rodillas en el patio, llenando deaire sus pulmones doloridos. Ya sin fuerzas,exhausto, el asistente no prestó atención a loscrujidos del portón ni a las siluetas que huían porél. Los fugitivos se perdieron en la maleza; elsombrío borrón de sus prendas pronto se borró enla oscuridad.Un aura rojiza brotaba del centro ígneo,extendiéndose en el cielo nocturno; una masadensa y arremolinada de gris sofocante se henchíapor encima. El rugido constante ensordecía losoídos. Por eso el golpeteo de los cascos pasódesapercibido: el caballo había vuelto a la mismacolina donde estuviera antes. La silueta de mantonegro que lo montaba tiró de las riendas,sofrenándolo. Entre los profundos pliegues de lacapucha, unos ojos brillantes reflejaron la luz delincendio, buscando entre los grupos arrimados en

el patio. Por un momento, la mirada fue fija eintensa; de inmediato, el jinete se volvió, casisobresaltado, para otear la cima de la colina, haciaatrás. Unas manos esbeltas sacudieron las riendasy un talón volvió a azuzar al caballo, esta vez parahacerlo entrar en la sombra del bosque.Las dilatadas narices del corcel dabanprueba de la rápida huida, pero quien lo montabano le permitió pausa alguna. Fue una carreraimplacable y zigzagueante por el terreno boscoso,pero el jinete parecía dirigirla con habilidad. Elanimal saltó sobre un árbol caído en el camino ytocó tierra otra vez, arrojando terrones húmedosde barro y hojas; ante sus cascos precipitados selevantaba un escalofriante aliento de miedo.El viento de la velocidad arrebató lacapucha de lana, liberando largos mechonesrizados que flamearon como cintas ondulantes. Lasramitas, rencorosas, tironeaban de las guedejassedosas, lanzando zarpazos al manto agitado, alpasar la muchacha. Ella seguía galopando,

ignorante de esos pequeños ataques; de vez encuando miraba hacia atrás, apresuradamente, comosi esperara ver a alguna temible bestia enesclavizante persecución. El súbito movimiento deun venado que corría entre los árboles le arrancóuna exclamación de sobresalto, pero azuzó alcaballo, sin importarle lo veloz de esa marcha porun sendero desconocido.Al ralear los árboles, una pradera abiertaapareció, enmascarada por los jirones de niebla.En el pecho palpitante de la joven surgió un levealivio. Esa pradera prometía un camino máscómodo, donde acicatear al caballo a todo galope.Casi con ansiedad, golpeó el flanco del animal consu talón descalzo, y éste respondió con un brincoen el que elevó los cascos para franquear el sitiobajo en donde las nieblas se acumulaban.De pronto irrumpió en la conciencia de laamazona un bramido de advertencia, sin palabras,seguido por el chirrido de los frenos contra lasruedas en movimiento. Las patas delanteras del

animal aún no habían tocado tierra cuando ellacomprendió que había lanzado a su caballodirectamente hacia un carruaje que se aproximaba.La apresó un horror frío, petrificante, al ver quelos corceles se precipitaban hacia ella. Por unbrevísimo instante, creyó sentir el aliento de susresoplidos y ver sus ojos encendidos. El cocheronegro luchaba frenéticamente para desviar el tiro odetener el carruaje, pero era demasiado tarde. Lamujer soltó un alarido, rápidamente silenciado porel impacto que la dejó sin aliento.Los enloquecidos tumbos del landó cerradohabían arrancado a A hton Wingate de susomnolencia al amenazar con hacerlo caer de suasiento, dándole motivos para poner en duda lacordura de su cochero, pero cuando el vehículo sedeslizó hacia un lado por el cieno resbaloso pudover con claridad la colisión y su resultado.Una silueta flameante, catapultada desde elcaballo, volaba por el aire como un pájaro herido.Cayó en la zanja del camino y rodó hasta el

interior de ésta. Antes de que el carruaje sedetuviera, Ashton había descartado su manto y seestaba descolgando ya desde la puerta. Mientrascorría la ruta resbaladiza, sus ojos ansiososmiraron más allá del caballo, que pataleabaenloquecido, hasta la silueta inmóvil, parcialmentesumergida en el agua de la zanja.La neblina se arremolinó a su alrededorcuando descendió por el terraplén, chapoteando enel agua fría, sin prestar atención al barro quesuccionaba sus botas. Apoyó la rodilla en tierrapara tirar de la muchacha inconsciente; tras sacarlade ese arroyuelo cenagoso, la incorporó contra larodilla cubierta de hierba mojada y alta. Unarevuelta masa de pelo le cubría a medias la cara;él se acercó, pero no pudo detectar aliento algunoen sus labios. Experimentó un súbito miedo al verque el brazo de la joven pendía de su mano, laxo.No pudo hallar el pulso de la muñeca delgada.Casi asustado, presionó los dedos contra la esbeltacolumna del cuello. Allí, bajo la piel helada, hallólo que buscaba: la seguridad de que ella estaba

con vida, al menos por el momento.Ashton levantó la vista y se encontró a sucochero, que estaba de pie en la ruta. Eracostumbre del negro, en los meses más fríos,asegurar su precioso sombrero de castor con unalarga bufanda de lana, que ataba cómodamentebajo la barbilla. En ese momento, lleno de afligidapreocupación, estaba retorciendo los extremos dela bufanda con sus manazas suaves, con lo cual elsombrero iba descendiendo hacia las orejas.-Cálmate, Hiram. Todavía respira -le aseguróAshton.El caballo volvió a relinchar de puraangustia, ahogando casi sus palabras, y dio untumbo, tratando de levantarse. Ashton lo señalócon un brusco gesto de la mano.-¡Hiram! Saca esa vieja pistola que llevas enla bota y mata a ese animal.-¡Sí, señó! i Ya, ya mismo!

Aunque la tarea no tenía nada de agradable, paraHiram fue un alivio poder ocuparse de algo. Elamo volvió a inclinarse sobre la muchacha. Sindar señales de recobrar la conciencia yacía inertecontra el terraplén donde él la pusiera. El aguahelada ya estaba afectando dolorosamente laspiernas de Ashton, y ella tenía el mantocompletamente empapado como un frígido capullode gusano. El hombre buscó los ojales quemantenían la prenda cerrada y los desprendió. Suscejas se elevaron de sorpresa al tirar del mantomojado: aun a la escasa luz de las lámparas delcoche, era evidente que no se trataba de unamuchachita apenas púber, como había supuesto. Laadherente humedad del fino camisón exhibía sucondición de mujer, aún bastante joven, pero lobastante madura como para hacer que Ashtonrevisara sus ideas.Un disparo restalló en el silencio, haciendoque el hombre levantara la cabeza con unasacudida. Los pataleos cesaron con un gemido

líquido, y el caballo cayó lentamente al agua, en elfondo de la zanja. Contra el resplandor de laneblina iluminada por la luna, Lierin se recortabaoscuramente, con los hombros encorvados. Ashtonsabía que el sirviente sentía hacia los animales unasimpatía superior a la de los otros hombres, perolos sucesos del momento no daban tiempo paratales sentimientos: una vida más preciosa estabaen juego.-¡Hiram! ¡Vamos! ¡Tenemos que llevar a estamuchacha a casa!-Sí, señó.El negro volvió corriendo, en tanto Ashtonsacaba a la mujer herida el manto empapado paralevantarla en sus brazos. La alzó a una buenaaltura, dejando que la cabeza le cayera sobre unhombro, y comenzó a subir trabajosamente por elterraplén resbaladizo hasta salir al camino. Hiramestaba allí para ayudarlo en los últimos pasos,pero corrió a abrirle la portezuela. Mientras el

amo subía, el sirviente murmuró una fervienteplegaria, pidiendo que todo saliera bien.La muerte había sido una cruel visitante deWingate en los últimos diez años; primero habíacortado la vida de sus padres durante la tormentaque barriera la casa de las Carolinas; después, tresaños atrás, había vuelto en la forma de una bandade piratas fluviales, que, después de arruinar supaquebote, habían causado la muerte de suflamante esposa, ahogada en el río. Hiram estabaseguro de que ninguno de los dos tenía ganas dever a la temible vengadora negra en el futuroinmediato.-Dame un momento para acomodarme -dijoAshton, por encima del hombro, mientras ponía ala mujer sobre su capa y la envolvía en ella.-¿Está.? ¿Se va a pone bien, señó? preguntó Hiram, ansioso, estirando el cuello paraver por encima de la espalda del otro.

-No sé, Hiram, lo siento.Ashton levantó a su carga inconsciente parasentarla en el regazo, donde su propio cuerpo lesirviera de amortiguación; así podría protegerla denuevas magulladuras durante el trayecto a cubrir.Al acunar aquel cuerpo, aparentemente frágil, unperfume de jazmines se abrió paso por sussentidos. Una punzada de dulces recuerdos le vinoa la memoria, dejándolo inmóvil, pero apartó lasensación con firmeza. No podía ser; no dejaríaque la mente lo torturara con ansias imposibles.Levantó una mano para apartar la maraña demechones rojos que cubría aquel rostro. La masaenlodada resistió a sus esfuerzos, pero logró, consuave insistencia, separar las guedejas y poner unaparte detrás de la oreja. Al recostarse hacia atrás,la luz dio de pleno sobre aquel semblante pálido.Entonces Ashton aspiró bruscamente. Su cerebrose detuvo, petrificado por lo que veía.-¿Lierin? -balbuceó, atravesado por un dolor

penetrante, lleno de ansiedad.Como una avalancha, se abatieron sobre éllos recuerdos de aquel período pasado en NuevaOrleans, en el que conociera a aquella joven y secasara con ella. Le habían asegurado que Lierinestaba muerta, pero en ese momento le asaltó laidea de que era una terrible equivocación, que eraa ella a quien tenía en sus brazos. Cuanto menos, elparecido de esa joven con su difunta esposa eraasombroso en grado sumo.Hiram no halló nada tranquilizador en lavariedad de expresiones que cruzaban la cara desu amo.-¿Qué pasa, amo? Parece que ha visto unfantasma.-Quizá sea así -murmuró Ashton, aturdido.Una esperanza imponente comenzaba acrecer en él, mezclada con una extrañacombinación de regocijo y temor. Si era Lierin.

Entonces recordó la urgencia del momento.Su tono transmitía una tremenda ansiedad alordenar.-¡Hiram! ¡Sube y fustiga a esos caballos! iPronto !El sobresaltado negro cerró la portezuela ytrepó rápidamente a su sitio. Al rechinar los frenosliberados, Ashton apoyó las piernas contra elasiento opuesto. El grito de Hiram resonó en lanoche callada:-¡Arreeee! ¡Ho!La yunta, bien aparejada, se lanzó haciaadelante, tomando la tarea muy a pecho. En el fríoaire nocturno, sus lomos despedían vapor, en tantoque Hiram los llevaba a todo galope de curva encurva, sin sofrenarlos siquiera cuando las ruedascaían en una depresión y el landó daba un tumbobrusco. Ashton se sacudía, sujetando su preciosa

carga como si llevara en las manos su propiocorazón. Al inclinarse sobre ella, su ánimo seelevó con desacostumbrado júbilo; cerró los ojos,con el alma llena de una plegaria: «Oh, Dios, quesea Lierin. ¡y que esté viva!"La luz móvil del carruaje prestaba a su pielpálida un tono dorado que desmentía su heladocontacto, acosando a Ashton con la visión de susdelicadas facciones. Con los dedos temblorosos yla frente arrugada dolorosamente, tocó, tierno, lahinchazón amoratada de la frente, la misma que talvez había besado en otros tiempos con amor. Susemociones eran un alboroto implacable. Mientrasque sus esperanzas ascendían a alturasdescabelladas, en la ilusión de que aquélla fuerasu amada Lierin, sus temores alcanzaban laprofundidad de una caverna sin fondo, pues eraimposible calcular la gravedad de sus heridas.Habría sido un destino cruel que, tras hallar a suesposa con vida, le fuera arrebatada otra vez Bienpodía serle imposible soportar la repetición deaquella tragedia,

Ashton dejó escapar el aliento con lentitud,en un intento de ordenar sus pensamientosdispersos de un modo más o menos lógico ¿Noestaría dejándose torturar por los recuerdos de suesposa muerta? ¿Y si se estaba volviendo 1oco?¿Y si veía el querido semblante en otra mujer sólopor una triquiñuela de su mente? ¿Era sólo lacreciente esperanza de un sueño abortado lo que lehacía pensar que se trataba de ella?Después de todo, apenas conocía a Lierindesde hacía un mes en el momento de intercambiarlos votos matrimoniales- Varios de sus amigos deN ue v a Orleáns habían bromeado con él porcasarse con tal fiebre ansiosa, conociendo apenasel nombre de ella. Entonces había golpeado lamano negra de la tragedia, haciéndole ver su amorarrebatado por corrientes oscuras y traicionerasDesde entonces contaba los días, hasta sumar tresaños, un mes y una semana menos un día. Y ahora,allíestaba Lierin otra vez. o una jovenincreíblemente parecida a sus recuerdos de ella.Debía aceptar que cabía la posibilidad del error,

pero se resistía a esas dudas, aun sabiendo que seexponía a más dolores, a más pena.Con suavidad, recorrió su mejilla con susdedos delgados, deteniéndose en la sien hastasentir allí el leve palpitar del pulso Se le escapóun suspiro de alivio, pero no pudo calmar el batirde su corazón.Un grito de Hiram anunció que seaproximaba a la casa de la plantación; Ashtonmiró el distante resplandor de las luces, queseñalaba la presencia de la mansión entre losenormes robles Más allá de los prados se alzabaBelle Chene, con la magnificencia de un castillofrancés, fortificada a ambos lados por amplias alasy árboles altos. Por la conciencia le cruzó la ideade que, por fin, traía a su amor hasta el hogar.Cuando el landó se acercó al edificio,Ashton reparó en los carruajes que llenaban elcamino y en varios caballos atados a los barrotes.Sólo cabía suponer que su abuela había

aprovechado su regreso para dar una fiesta. Susojos pasaron nuevamente sobre su compañera Eradifícil que la anciana esperara esas novedades lomás probable es que, si él entraba con una joveninconsciente y con atuendo tan impropio, ellatuviera un ataque. Tras su brevísimo noviazgo y sucasamiento en Nueva Orleáns, Amanda Wingatedesconfiaba cuando su nieto hacía un viaje ríoabajo, y allí estaba él, volviendo de un viaje deesos A él no le importaba que el incidente echaraagua al molino de los chismes, pero era precisotener en cuenta de que la abuela ya estaba entradaen años.Hiram pisó el freno; los caballos atados enel camino golpearon el suelo con los cascos,desconfiando súbitamente de esa aparición queaparecía entre ellos, como cosa de locos. El landóse detuvo, patinando, frente a la galería Entoncesel negro bajó y se apresuró a abrir de un tirón laportezuela del carruaje.Ashton envolvió cuidadosamente su preciosa

carga con su propio manto y le apretó la cabezacontra el hombro, para protegerle la cara del airefrío. A1 hacerlo, aquel perfume huidizo volvió apenetrar en sus sentidos, desatando todos losanhelos contenidos durante los tres últimos años.Aunque el tiempo pasado con ella hubiera sidomuy breve, sabia, sin lugar a dudas, que no lehablan faltado calidad ni valor.-Envía a un jinete rápido en busca del doctorPage -bramó por sobre el hombro, en tanto subíalos escalones.-¡i, señó! -respondió Hiram rápidamenteV'y a mandá a Latham en seguidita.Los largos y veloces pasos de Ashton lollevaron hasta la puerta. Luchó con el pomo hastaque la cerradura se abrió; cuando se preparabapara abrir la puerta de una patada, el mayordomo,que había oído llegar el coche, se disponía acumplir la misma función; estaba en d vestíbulocuando la puerta voló hacia adentro. A1 ver a

Ashton, que se abría paso con su carga, Wills,habitualmente impertérrito, retrocedió con la bocaabierta. Su decoro no lo había preparado para eso.-Amo Asb -Su voz se quebró en una notaaguda Tuvo que carraspear para volver a empezarAmo Ashton, qué alegría volver a verlo, señó.Su discurso se interrumpió al ver que unretorcido mechón de pelo rojo caía de entre lospliegues del manto negro. Las palabras debienvenida que ensayara no parecían ajustarse a laocasión; no pudo sino mirarlo, boquiabierto deasombro, en tanto el amo de la casa pasaba agrandes pasos.Amanda Wingate compartió el horror de susirviente cuando, al conducir a su hermana ya susvarios invitados al amplio vestíbulo, interrumpióel avance de Ashton rumbo a la escalera Suatención se fijó en el bulto esbelto y curvilíneo quellevaba y en la delatora guedeja roja; su mente y sucorazón se aceleraron.

-¡Por Dios, Ashton! --exclamó, llevándoseuna mano temblorosa al pecho- ¿Otra vez nos hasdado la sorpresa de casarte imprevisiblemente?Wingate sentía la urgente necesidad dellevar a la muchacha a la planta superior, perocomprendió que debía dar a su abuela algunaexplicación por esa entrada.-No es tan fácil tomarte por sorpresa, grandmere -murmuró, utilizando el apelativo que supropia madre, cariñosamente, había reservadopara la anciana-. Pero en este caso.-Amanda-susurrótía]Jennifer,cautelosamente, apoyando una mano en el brazo desu hermana- tal vez sería mejor no analizar lo quehaya hecho Ashton esta vez. Al menos, mientrasnuestras visitas estén presentes.Amanda reprimió las preguntas que bullíanen ella, pero seguía preocupada y confusa. Por lainmovilidad de aquel bulto, deducía un estado de

inconsciencia, para lo cual no se le ocurríaexplicación lógica, salvo la que había supuesto deinmediato: que Ashton llevaba a su desposadadormida a sus habitaciones. Hasta percibía laimpaciencia del nieto por ponerse en marcha, puesinsistía en volverse hacia la escalera. Iba aretirarse del paso cuando el manto se deslizó unpoco, permitiéndole echar un vistazo a la carasombreada bajo el forro de satén.-Encantadora. -musitó, nada sorprendida deque él hubiera elegido una novia tan bella.Pero en eso dilató los ojos, pues la envolturacontinuaba su descenso, descubriendo unosmiembros apenas vestidos. Entonces terminó sucomentario con una exclamación incontenible, entanto sujetaba la prenda que se deslizaba.-¡Y bastante poco vestida! Amanda echó unvistazo en derredor para ver quién más habíapresenciado la exhibición; la horrorizó laproximidad de varias matronas entradas en años,

que estaban boquiabiertas de espanto. Los susurroscomenzaron como una ondulación leve,murmurante, pero pronto se volvieron en oleadasde conjeturas que corrían velozmente entre losinvitados, con las palabras «camisón» y«muchacha» que sobresalían.-Las cosas no son como parecen, grand-mere-susurró Ashton, apresuradamente, tratando decalmar sus temores.Amanda gimió con suavidad:-No sé si puedo soportar la verdad. TíaJennifer se inclinó para darle coraje.-Recuerda, Amanda, lo que nos decíasiempre papá: que se debe mantener la calma antela adversidad.Un hombre se abrió paso para acercarse.Habiendo oído sólo parte del diálogo, insistió entono amistoso:

-Vamos, Ashton, déjanos ver a tu nuevaesposa. Era hora ya de que volvieras a casarte.-¡Esposa! -chilló una estridente vozfemenina, desde el cuarto contiguo-. ¡Casarse! Entre la multitud se produjo un revuelo, pues lamujer había comenzado a abrirse paso aempujones-. ¿Qué está pasando aquí? ¡Quiero ver!La compostura de tía Jennifer también cedióun poco.-Realmente -dijo, por lo bajo-, creo quepapá se refería a ocasiones como ésta.Una morena alta y esbelta se adelantó atropezones y se detuvo con maltrecha dignidad,ante los recién llegados. Los ojos oscuros deMarelda Rousse siguieron la larga caída de pelohúmedo y enredado; muy dilatados, bajaron hastalos pantalones mojados de Ashton; en interrogativoespanto, se elevaron finalmente hasta la cara de él.-Ashton, ¿qué significa esto? ¡Se diría que te

has estado revolcando en el pantano con estamuchacha! ¿Es cierto que te has casado otra vez?Ashton se irritó ante ese interrogatorio, perono tenía intenciones de abrir su corazón y revelarsus esperanzas ante tanta gente. Su única concesiónsería hacerles notar el grave estado de la quellevaba en brazos.-Tuve un accidente con el coche, Marelda, yla muchacha se hirió al caer del caballo.-¿Y paseaba a caballo en camisón? ¿A estashoras? -gritó Marelda-. En verdad, Ashton, ¿cómopretendes que creamos semejante historia?Ashton tensó la mandíbula con crecienteirritación. Marelda Rousse se había atrevido amucho, pero nunca a tanto como para poner en telade juicio su palabra, sobre todo en su propia casay ante tanta gente.-Ahora no tengo tiempo para explicaciones,

Marelda -respondió, secamente-. Esta muchachanecesita atención. Por favor, déjame pasar.Marelda abrió la boca para quejarse, pero élatajó sus palabras con un gesto de fastidio; lamuchacha no pudo sino hacerse a un lado,percibiendo un creciente enfado en la actitud deldueño de casa. A veces, Ashton Wingate parecíacasi cruel en su reticencia, y ella sabía que depoco le serviría insistir.Amanda, abochornada por haberse dejadollevar por su sorpresa, comprendió la necesidadde actuar con prontitud.-El cuarto rosado, en el ala este, estádesocupado, Ashton. Te enviaré inmediatamente aWillabelle. -Mientras su nieto avanzaba hacia laescalera, hizo un gesto a la joven negra que estabaobservan- do los acontecimientos desde labalaustrada superior-. Luella May, corre apreparar el cuarto.

-¡En seguidita, Miz Amanda! -respondió lamuchacha, y salió a la carrera.Ashton, dejando atrás un creciente murmullode voces, ascendió velozmente la escalinata que securvaba hacia la planta superior. Tres antes, habíasoñado con llevar a su desposada por esa mismaera, hasta su propia alcoba. Y allí estaba ahora,estrechando contra su corazón a la mujer queparecía ser Lierin. De haber estado ellaconsciente, podría haber solucionado el problemade los cuartos con una simple pregunta, dejandoatrás la soledad que lo perseguía desde aquellatrágica noche en el río.Al llegar al cuarto de huéspedes encontró aLuella May retirando los cobertores de la camaadoselada. La muchacha alisó con prontitud lassábanas, blanqueadas al sol, y dejó todo preparadopara acostar a la herida antes de apartarse.-No tiene por qué preocuparse, seño – le aseguró . Mamá va a vení en seguida, y ella sabe qué hacé.

Sabe todo lo que hace falta pa atendé a unherido Ashton, oyendo apenas esa cháchara, dejó su cargasobre la cama. Volviéndose hacia la mesita denoche, mojó un paño en el aguamanil y comenzó alimpiar suavemente el barro de las mejillasdescoloridas. Terminada su tarea, acercó lalámpara para estudiarcuidadosamente oval,buscando la verdad que allí pudiera residir. Susojos la línea fina y recta de la nariz, hasta loslabios suaves y pálidos. Un oscuro cardenalempañaba momentáneamente la perfección de lafrente, pero la piel era cremosa, por lo demásinmaculada. Las cejas, suaves y pardas, seelevaban en un delicado arco sobre las pestañasnegras. Él sabia que, si en verdad se trataba de suesposa, los ojos eran de un profundo verdeesmeralda, vivaces como hojas nuevas bailando alviento. El pelo espeso estaba enredado ysembrado de ramitas rotas, barro seco y hojas

muertas, pero todo no podía disimular lo brillantede su color. Era la viva imagen de la que él reteníatan tenazmente en su memoria. ¡Tenía que ser suesposa!-Lierin – susurró ansioso.Cuantas veces había impedido que esenombre escapara de sus ¿Se equivocaba alpronunciarlo por segunda vez en esa noche?Una mujer alta, de generosas proporciones,entró en el cuarto y efectuó un breve análisis de lasituación antes de dar instrucciones a la muchacha.-Trae ese camisón que Miz Amanda estababuscando, y un poco caliente, pa' que demo' unbaño a esta señora.Huella May salió, mientras su madre corría ala cama para examinar el cardenal sobre la cejafría. Ashton la observaba desde los pies de lacama, aferrando a un poste, con tensión en losnudillos blancos.

-¿Qué te parece, Willabelle?- preguntó, afligido-.¿Se pondrá bien?El ama de llaves percibió la preocupaciónde su voz, pero se limitó a levantar el párpado a lajoven.-Vamo, no se ponga así, amo, Si Dió quiere,esta muchacha va a está vivita

9 de marzo de 1833, Mississippi CAPÍTULO 1 Un viento circular, confuso, había azotado la tierra con una lluvia fustigante la mayor parte del día, pero al caer la noche sobre la tierra, cesaron