El Ibis Escarlata - Duplin County Schools

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“El Ibis Escarlata”por James Hurst [Versión en Español]Era durante el clavo (entre) delas estaciones, el verano estaba muertopero el otoño aún no había nacido, que elibis se encendió en el árbol sangrante. Eljardín de flores estaba manchado conpétalos podridos de magnolia colormarrón y hierbas de hierro crecíangruesas y salvajes en medio de la floxpúrpura. Los cinco relojes en lachimenea seguían marcando el tiempo,pero el nido del orión en el olmo estabadeshecho y se balanceaba de un lado aotro como una cuna vacía. Las últimasflores del cementerio estabanfloreciendo, y su olor flotaba a través delcampo de algodón ya través de cadahabitación de nuestra casa, hablandosuavemente los nombres de nuestrosmuertos.Es extraño que todo esto todavía sigue siendo tan claro para mí, ahoraque el verano ya ha huido y el tiempo ha impuesto su poder. Una muela ahorase encuentra en donde estaba el árbol sangrante, justo afuera de la puerta de lacocina, y ahora si un oriol canta en el olmo, su canción parece morir en lashojas, un polvo plateado. El jardín de flores está perfecto, la casa de un blancoreluciente, y la cerca pálida a través del patio se encuentra recta y limpia. Pero aveces (como ahora mismo), mientras me siento en el salón fresco y de coloresverdes, la muela empieza a girar, y el tiempo con todos sus cambios esrechazado - y recuerdo a Doodle.Doodle era el hermano más loco que un muchacho jamás hubieratenido. Por supuesto, no era un loco loco como la vieja señorita Leedie, queestaba enamorada del presidente Wilson y le escribía una carta todos los días,pero era un loco bueno, como alguien que conoces en tus sueños. Nació cuandoyo tenía seis años y fue, desde el principio, una decepción. Parecía todo cabeza,con un diminuto cuerpo que era rojo y arrugado como el de un anciano. Todo elmundo pensaba que iba a morir, todo el mundo excepto la tía Nicey, que lohabía ayudado a nacer. Ella dijo que viviría porque él nació en un mesenterio[membrana (material fino, como piel) que cubre a veces la cabeza de unbebé en el nacimiento] y los mesenterios fueron hechos del camisón de Jesús.Papá mandó al señor Heath, el carpintero, a construir un pequeño ataúd decaoba para él. Pero no murió, y cuando tenía tres meses, mamá y papádecidieron que podían nombrarlo. Le llamaron William Armstrong, que era comoatarle una cola grande a un pequeño cometa. Tal nombre suena bien sólo enuna lápida.Me consideraba bastante inteligente en muchas cosas, como aguantarla respiración, correr, saltar, o trepar las vides en el Old Woman Swamp(Pantano de la Mujer Vieja), y quería más que nada correr en contra a otrapersona al Horsehead Landing (Desembarco de Caballos), alguien con quienluchar y alguien con quien sentarme en el primer tenedor del gran pino detrásdel granero, donde a través de los campos y los pantanos se podía ver el mar.Yo quería un hermano. Pero mamá, llorando, me dijo que incluso si WilliamArmstrong viviera, nunca haría estas cosas conmigo. Puede que él no, me dijosollozando, tuviera toda su mente. Podría, mientras viviera, acostarse sobre lasábana de goma en el centro de la cama en el dormitorio delantero, donde lascortinas de marquita blanca oleaban en la brisa del mar de la tarde, crujiendocomo hojas de palmetto [hojas en forma de abanico de una palmera].Ya era bastante malo tener un hermano inválido, pero tener uno queposiblemente no tenía toda su mente era insoportable, así es que empecé ahacer planes para matarlo sofocándolo con una almohada. Sin embargo, unatarde, mientras lo observaba, mi cabeza asomada entre los postes de hierro delpie de la cama, me miró directamente y sonrió. Salté a través de lashabitaciones, por los pasillos resonando, gritando, "Mamá, él sonrió. ¡Tiene todasu mente! ¡Tiene toda su mente!" Y la tenía.Cuando tenía dos años, si lo acostabas boca abajo, comenzó a intentarmoverse, esforzándose terriblemente. El médico dijo que con su corazón débileste esfuerzo probablemente lo mataría, pero no lo hizo. Temblando, seempujaba, se ponía rojo primero, luego una suave púrpura, y finalmente sederrumbaba sobre la cama como una vieja muñeca gastada. Todavía puedo vera mamá observándolo, su mano apretada a través de su boca, sus ojos ampliosy sin pestañear. Pero él aprendió a gatear (era su tercer invierno), y lo sacamosdel dormitorio delantero, poniéndolo en la alfombra ante la chimenea. Porprimera vez se convirtió en uno de nosotros.Mientras estuvo todo el tiempo en la cama, lo llamábamos WilliamArmstrong, a pesar de que era formal y sonaba como si nos refiriéramos a unode nuestros antepasados, pero con su rastreo en la alfombra de piel de venado yempezando a hablar, algo tenía que ser hecho sobre su nombre. Yo fui quien lecambió el nombre. Cuando gateaba, se arrastraba hacia atrás, como si estuvieraen reversa y no pudiera cambiar de engranaje. Si lo llamabas, se volvía como sifuera en la otra dirección, y luego se arrastraba hacia atrás hasta ti para que locargaran. Gateando hacia atrás lo hacía parecer un doodle-bug (una larva deun tipo de insecto que se mueve hacia atrás), así que empecé a llamarloDoodle, y con el tiempo incluso mamá y papá pensaron que era un nombremejor que William Armstrong. Sólo la tía Nicey no estaba de acuerdo. Ella dijoque los bebés de mesenterios deben ser tratados con respecto especial puespueden resultar ser santos. Renombrar a mi hermano fue quizás lo más amableque hice por él, porque nadie espera mucho de alguien llamado Doodle.Aunque Doodle aprendió a gatear, no mostraba señas de caminar, pero

no estaba ocioso. Hablaba tantoque todos dejamos de escuchar loque decía. Era durante estaépoca que papá le construyó uncarrito “go-kart” y tuve llevarlo atodas partes. Al principio lo desfilépor la piazza (porche cubierto),pero luego lloraba para serllevado al patio y terminé portener que jalarlo a donde quieraque yo fuera. Si yo agarraba migorra, él comenzaba a llorar parair conmigo y mamá llamaba desdedondequiera que estuviera,"Llévate a Doodle contigo".Él era una molestia enmuchas maneras. El médico había dicho que no debía excitarse demasiado,tener demasiado calor, demasiado frío o estar demasiado cansado y quesiempre debía ser tratado suavemente. Una larga lista de cosas que no debíahacer venía con él, todo lo cual ignoré una vez que salíamos de la casa. Paradisuadirlo de que viniera conmigo, corría con él por los extremos de las hilerasde algodón y lo corría por las esquinas sobre dos ruedas. A veces le daba lavuelta accidentalmente, pero nunca se lo dijo a mamá. Su piel era muy sensibley tenía que llevar un gran sombrero de paja cada vez que salía. Cuando lascosas se ponían difíciles y él tenía que aferrarse a los lados del carro, elsombrero se le deslizaba hasta abajo sobre sus orejas. Era un espectáculo.Finalmente, pude ver que perdí. Doodle era mi hermano y se iba a aferrar a mípara siempre, no importa lo que hiciera, así que lo jalé a través del campo dealgodón en llamas para compartir con él la única belleza que conocía, elPantano de la Mujer Vieja. Jalé el carrito a través del helecho de dientes desierra, hacia abajo en la oscuridad verde donde las frondas de palmassusurraban por el arroyo. Lo levanté y lo puse en la suave hierba de goma juntoa un pino alto. Sus ojos estaban redondos de asombro mientras miraba a sualrededor, y sus pequeñas manos comenzaron a acariciar la hierba de goma.Entonces comenzó a llorar.“Por el amor de Dios, ¿qué te pasa?” pregunté, molesto. "Es tanbonito," dijo. “Tan bonito, bonito, bonito.”Después de ese día, Doodle y yo fuimos a menudo al Pantano de laMujer Vieja. Yo recolectaba flores silvestres, violetas silvestres, madreselva,jazmín amarillo, flores de serpiente y lirios de agua, y con hierba de alambre lastejíamos en collares y coronas. Nos mimábamos con nuestras manos de obra ypasábamos el tiempo ahora embellecidos, más allá del tacto del mundo diario.Entonces, cuando los rayos inclinados del sol se quemaban de naranja en lascimas de los pinos, tirábamos nuestras joyas en el arroyo y las veíamos flotarhacia el mar.Hay dentro de mí (y con tristeza lo he visto en otros) un nudo decrueldad llevado por la corriente de amor, tanto como nuestra sangre a veceslleva la semilla de nuestra destrucción, y a veces yo era malo hacia Doodle.Un día lo llevé al desván del granero y le mostré su ataúd, diciéndolecómo todos habíamos creído que iba a morir. Estaba cubierto con una capa deverde de París [polvo verde venenoso usado para matar insectos] rociadopara matar a las ratas, y los búhos habíanconstruido un nido dentro de él.Doodle estudió la caja de caobapor mucho tiempo, luego dijo: "No es mío."“Lo es,” dije. “Y antes de que teayude a bajar del desván, vas a tener quetocarlo.”“No voy a tocarlo,” dijo con tonohosco [resentido; tristemente].“Entonces te dejaré aquí solo,” leamenacé, e hice como si me estuvierabajando.Doodle tenía miedo de que lodejara. "No me dejes, hermano," gritó, y seinclinó hacia el ataúd. Su mano, temblorosa, extendida, y cuando tocó el ataúdgritó. Un búho chillón salió de la caja hacia nuestras caras, nos asustó y noscubrió con verde de París. Doodle estaba paralizado, así que lo puse en mihombro y lo llevé por la escalera, e incluso cuando estábamos afuera bajo el solbrillante, se aferró a mí, gritando: "No me dejes. No me dejes.”Cuando Doodle tenía cinco años, yo estaba avergonzado de tener unhermano de esa edad que no podía caminar, así que me propuse enseñarle.Estábamos en el Pantano de la Mujer Vieja y era la primavera y el olor dedulzura de las flores de la bahía colgaba por todas partes como un canto triste.“Te voy a enseñar a caminar, Doodle,” le dije.Estaba sentado cómodamente sobre la suave hierba, apoyándosecontra el pino. “¿Por qué?” preguntó.No esperaba tal respuesta. "Para no tener que jalarte todo el tiempo.""No puedo caminar, hermano," dijo.“¿Quién lo dice? pregunté.“Mamá, el doctor todo el mundo.”

"Oh, puedes caminar,” le dije, y lo tomé por los brazos y lo puse de pie.Se desplomó sobre la hierba como un saco de harina medio vacío. Era como sino tuviera huesos en sus pequeñas piernas.“No me hagas daño, hermano,” me advirtió."Cállate. No voy a lastimarte. Te voy a enseñar a caminar. Lo levanté denuevo, y de nuevo se desplomó.Esta vez no levantó la cara de la hierba de goma. "Simplemente, nopuedo hacerlo. Vamos a hacer guirnaldas de madreselvas."Oh, sí, puedes, Doodle," dije. Todo lo que tienes que hacer es intentarlo.“Ahora vamos,” y lo paré una vez más.Parecía tan desesperado desde el principio que era un milagro que nome rendí. Pero todos nosotros debemos tener algo o alguien de que estarorgullosos, y Doodle se había convertido en lo mío. No sabía entonces que elorgullo es una cosa maravillosa y terrible, una semilla que tiene dos viñas, lavida y la muerte. Todos los días de ese verano fuimos al pino junto al arroyo delPantano de la Mujer Vieja, y lo ponía de pie al menos cien veces cada tarde. Devez en cuando yo también me desanimaba porque él no parecía estarintentándolo, y yo decía, "Doodle, ¿no quieres aprender a caminar?"Asentía con la cabeza y yo le decía, “Bueno, si no sigues intentándolo,nunca aprenderás.” Entonces le pintaba una foto de nosotros como viejos, depelo blanco, él con una larga barba blanca y yo todavía tirando de él en elcarrito. Esto nunca falló en hacerlo intentar de nuevo.Finalmente un día, después de muchas semanas de práctica,permaneció parado solo por unos segundos. Cuando él cayó, lo agarré en misbrazos y lo abracé, nuestra risa repicando a través del pantano como unacampana sonando. Ahora sabíamos que lo podía hacer. La esperanza ya no seescondía en el matorral de palmas oscuro, sino que se posó como un cardenalen el árbol de cepillo de dientes, brillantemente visible. "Sí, sí," lloré, y él llorótambién, y la hierba debajo de nosotros era suave y el olor del pantano eradulce.Con el éxito tan inminente [cerca; a punto de suceder], decidimos nodecirle a nadie hasta que realmente pudiera caminar. Cada día, salvo lluvia, nosescondíamos en el Pantano de la Mujer Vieja, y para el tiempo de cosecha dealgodón Doodle estaba listo para mostrar lo que podía hacer. Todavía no podíacaminar mucho, pero no podíamos esperar más. Mantener un buen secreto esmuy difícil de hacer, como retener la respiración. Elegimos revelar todo el ochode octubre, el sexto cumpleaños de Doodle, y por muchas semanascaminábamos en la casa, prometiéndoles a todos una sorpresa más queespectacular. Tía Nicey dijo que, después de tanto hablar, si produjéramos algomenos tremendo que la Resurrección [referencia a la creencia cristiana en laresurrección de Jesús de entre los muertos después de su entierro], ellaiba a estar decepcionada.En el desayuno del día que elegimos, cuando mamá, papá y tía Niceyestaban en el comedor, llevé a Doodle a la puerta en el carrito igual que siemprey les pedí que se voltearan, haciéndoles cruzar el corazón y esperar morir siechaban un vistazo. Ayudé a Doodle a levantarse, y cuando él estaba solo, losdejé mirar. No hubo ningún sonido mientras Doodle caminó lentamente por lahabitación y se sentó en su lugar en la mesa. Entonces mamá empezó a llorar ycorrió hacia él, abrazándolo y besándolo. Papá lo abrazó también, así que fui atía Nicey, que estaba orando y dando gracias en la puerta, y comencé a darle unvals. Bailamos bastante bien hasta que ella se paró en mi dedo gordo con susbrogans [zapatos pesados de tobillo alto], haciéndome daño tan malo quepensé que estaba lisiado de por vida.Doodle les dijo que era yo quien le había enseñado a caminar, así quetodos querían abrazarme, y me puse a llorar.“¿Por qué estás llorando?” preguntó papá, pero no pude responder. Nosabían que yo lo había hecho por mí mismo; ese orgullo, de cuyo esclavo era,me habló más alto que todas sus voces, y que Doodle caminó sólo porque meavergonzaba de tener un hermano incapacitado.A los pocos meses, Doodle había aprendido a caminar bien y su carritofue colocado en el desván del granero (todavía está allí) al lado de su pequeñoataúd de caoba. Ahora, cuando nos íbamos juntos, descansando a menudo,nunca regresábamos hasta que nuestro destino había sido alcanzado, y paraayudar a pasar el tiempo, empezamos a mentir. Desde el principio Doodle fue unterrible mentiroso y me consiguió el hábito. Si alguien se hubiera detenido aescucharnos, nos hubieran enviado a Dix Hill.Mis mentiras eran atemorizantes, involucradas, y usualmente inútiles,pero las de Doodle eran dos veces más locas. Las personas en sus historiastenían alas y volaban a donde quisieran ir. Su mentira favorita era acerca de unniño llamado Peter que tenía un pavo real con una cola de diez pies comomascota. Peter llevaba una bata de oro que brillaba tan brillantemente quecuando caminaba a través de los girasoles ellos se alejaban del sol paraenfrentarse a él. Cuando Peter estaba listo para ir a dormir, el pavo real extendíasu magnífica cola, envolviendo al muchacho suavemente como una flor quecierra cuando se va a dormir, enterrándolo en la gloriosa iridiscencia;[exhibiendo una gama cambiante de colores como un arco iris], de unvórtice que crujía [algo que parece un remolino]. Sí, debo admitirlo. Doodlepodía ganarme en las mentiras.Doodle y yo pasamos mucho tiempo pensando en nuestro futuro.Decidimos que cuando hubiéramos crecido viviríamos en el Pantano de la MujerVieja y cosecharíamos la lengua de perro [vainilla salvaje] para ganarnos lavida. Al lado del arroyo, él planeó, nos construiríamos una casa de hojassusurrantes y los pájaros del pantano serían nuestros pollos. Durante todo el día(cuando no estuviéramos recolectando la lengua de perro) nos columpiaríamos através de los cipreses en las vides de cuerda, y si llovía nos acurrucaríamosdebajo de un árbol de paraguas y jugaríamos el sapo. Mamá y papá podríanvenir a vivir con nosotros si quisieran. Incluso él llegó a la idea de que podíacasarse con mamá y yo podría casarme con papá. Por supuesto, yo era losuficientemente mayor para saber que esto no funcionaría, pero la imagen queél pintó fue tan hermosa y serena [pacífica; tranquila] que todo lo que podíahacer era susurrar Sí, sí.Una vez que había logrado enseñarle a Doodle a caminar, empecé acreer en mi propia infalibilidad [la incapacidad de cometer un error] y lepreparé un programa de desarrollo maravilloso, desconocido de mamá y papá,por supuesto. Le enseñaría a correr, a nadar, a trepar árboles y a luchar. Él

también creía en mi infalibilidad, así es que fijamos el plazo para estos logros amenos de un año de distancia, cuando, se había decidido que Doodle podríacomenzar la escuela.Ese invierno no hicimos mucho progreso, porque yo estaba en laescuela y Doodle sufría de un mal resfriado tras otro. Pero cuando llegó laprimavera, rica y cálida, volvimos a levantar la vista al futuro. El éxito seencontraba al final del verano como una maceta de oro, y nuestra campaña tuvoun buen comienzo. En los días calurosos, Doodle y yo íbamos a HorseheadLanding y yo le daba lecciones de natación o le enseñaba a remar un barco. Aveces bajábamos al fresco verde del Pantano de la Mujer Vieja y nostrepábamos por las vides de cuerda o nos encajonábamos científicamente bajoel pino en donde él había aprendido a caminar. La promesa pendía sobrenosotros como las hojas, y dondequiera que mirábamos, los helechos sedesplegaban y los pájaros empezaban a cantar.Ese verano, el verano del 1918, se vio asolado [sufriendo decondiciones que destruyen o impiden el crecimiento]. En mayo y junio nohubo lluvia y las cosechas se marchitaron, se encresparon y luego murieron bajoel sol sediento. Una mañana en julio, un huracán salió del este, derribando losrobles del patio y partiendo las ramas de los olmos. Esa tarde volvió a salir deloeste, sopló los robles caídos alrededor, rompiendo sus raíces y arrancándolasde la tierra como un halcón en las entrañas [órganos internos; tripas] de unpollo. Las cápsulas de algodón se arrancaban de los tallos y yacían como verdesnueces en los valles entre las filas, mientras el campo de maíz se inclinabauniformemente hasta que las borlas tocaban el suelo. Doodle y yo seguimos apapá hacia el campo de algodón, donde él estaba parado, con los hombroscaídos, examinando la ruina. Cuando su barbilla se hundió sobre su pecho,estábamos asustados, y Doodle deslizó su mano en la mía. De repente, papáenderezó sus hombros, levantó un puño gigante y con una voz que parecíaretumbar de la tierra misma empezó a maldecir el cielo, el infierno, el clima y elPartido Republicano [en este momento la mayoría de los agricultores del sureran leales demócratas]. Doodle y yo, empujándonos y riéndonos, volvimos ala casa, sabiendo que todo iba a estar bien.Y durante ese verano, se oyeron extraños nombres en la casa:Chateau-Thierry, Amiens, Soissons [todos estos son sitios de batalla enFrancia de la Primera Guerra Mundial], y en su bendición en la mesa de lacena, mamá dijo una vez: Bendice a los Pearson, cuyo hijo Joe murió en BelleauWood. "Así es que llegamos a ese clavo de las estaciones. La escuelaempezaría en solo unas pocas semanas, y Doodle estaba muy retrasado en lasmetas que habíamos fijado. Apenas podía despejar el suelo al subir las vides decuerda y su natación no era ciertamente pasable. Decidimos redoblar nuestrosesfuerzos, para hacer el último esfuerzo y alcanzar nuestra olla de oro. Lo hicenadar hasta que se volvió azul y remar hasta que no podía levantar un remo.Dondequiera que íbamos, yo caminaba rápido a propósito, y aunque él meseguía a mí mismo paso, su rostro se ponía rojo y sus ojos se volvían vidriosos.Una vez, no podía continuar más, por lo que se desplomó en el suelo y comenzóa llorar.“Ah, vamos, Doodle,” insistí. "Puedes hacerlo. ¿Quieres ser diferente quetodos los demás cuando empieces a ir a la escuela?""¿Hace alguna diferencia?""Ciertamente, sí,” le dije. "Ahora, vamos", y yo lo ayudé a levantarse.A medida que nos deslizamos a través de los días calurosos deverano, Doodle comenzó a parecer febril, y mamá sintió su frente, preguntándolesi se sentía enfermo. Por la noche n

“El Ibis Escarlata” por James Hurst [Versión en Español] Era durante el clavo (entre) de las estaciones, el verano estaba muerto pero el otoño aún no había nacido, que el ibis se encendió en el árbol sangrante. El jardín de flores estaba manchado con pétalos podr